Estamos viviendo una situación especial que nos ha sacado de forma brusca e inesperada de nuestras rutinas, que nos ha empujado a utilizar nuestros recursos mas ocultos, echando mano de nuestras capacidades creativas que siempre están ahí, aunque en buena parte adormecidas... El ser humano tiene una capacidad de adaptación increíble y lo estamos demostrando, pero tenemos tanta tendencia a lo fácil, a lo conocido...
Definitivamente nos han sacado de nuestra zona de confort. Tenemos que reinventarnos a todos los niveles. Quizás sea un un buen momento para replantearnos cuestiones importantes como que nuestro sistema educativo está obsoleto, que llevamos mucho tiempo sintiendo que nuestros niños y niñas están demandando otra educación, otras formas de aprendizaje, otra mirada que contemple de manera global el proceso educativo y decididamente quiero pensar que éste podría ser un buen momento para ponernos las pilas y actualizarlo según las necesidades actuales.
Volvamos a una Escuela realmente Nueva, no sólo por adaptación a las circunstancias que el desarrollo de esta pandemia requiera, sino abrirnos a las grandes posibilidades que lleva implícito la maravillosa palabra "educar" simplificando contenidos y burocracia, así como la obsesión en el avance académico tanto por parte de los docentes como de las familias, tomando conciencia de la necesidad de la formación del profesorado y de los padres y madres. Y sobre todo poner el acento en la presencia del docente, en formar personas felices lo cual sin duda va a facilitar el aprendizaje.
No sabemos cómo va a ser nuestra vuelta a las aulas, pero tengamos la esperanza y confianza que volveremos mas fuertes y creativos. Lo cual me recuerda el cuento de "la vaca y la familia pobre" que os pongo a continuación.
Concha Crespo
Pedagoga del Servicio Psicopedagógico Municipal
El Cuento de la Vaca
Un maestro samurai paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita al lugar.Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de realizar visitas, conocer personas y las oportunidades de aprendizaje que obtenemos de estas experiencias. Llegando al lugar constató la pobreza del sitio: los habitantes, una pareja y tres hijos, vestidos con ropas sucias, rasgadas y sin calzado; la casa, poco más que un cobertizo de madera…
Se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó: “En este lugar donde no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio tampoco, ¿cómo hacen para sobrevivir? El señor respondió: “amigo mío, nosotros tenemos una vaca que da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o lo cambiamos por otros géneros alimenticios en la ciudad vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo. Así es como vamos sobreviviendo.”
El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, se despidió y se fue. A mitad de camino, se volvió hacia su discípulo y le ordenó: “Busca la vaca, llévala al precipicio que hay allá enfrente y empújala por el barranco.”
Empujó la vaca por el precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante muchos años.
Así lo hizo. A medida que se aproximaba al lugar, veía todo muy bonito, árboles floridos, una bonita casa con un coche en la puerta y algunos niños jugando en el jardín. El joven se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir. Aceleró el paso y fue recibido por un hombre muy simpático.
El joven preguntó por la familia que vivía allí hacia unos cuatro años. El señor le respondió que seguían viviendo allí. Espantado, el joven entró corriendo en la casa y confirmó que era la misma familia que visitó hacia algunos años con el maestro.
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